miércoles, 18 de diciembre de 2013

No es lo mismo

No es lo mismo el amor y la amistad después de las tecnologías, de internet, de los chats, de facebook.

¿Cuántas declaraciones de amor suceden gracias a los correos electrónicos, los twitter, los DM, los mensajes en el muro o en mensaje privado de facebook?
¿Qué se juega en la elección de tal o cual foto para publicar en facebook? 
¿Por qué se anuncia semi-públicamente la muerte de un ser querido, una separación, un embarazo, un nacimiento y los cumpleaños a través de estos medios?
¿Cómo se milita a través de los nuevos medios electrónicos y cómo, finalmente, han modificado la vida privada, subjetiva, individual y colectiva?
Algunas de estas idea recorren la entrevista que le hicieron a Darío Sztajnszrajber en CN23.
El mundo va rápido, las tecnologías nos asustan. Y creo yo, que está bien que nos asusten. Vale la pena pararse a pensarlas porque son parte de la realidad.
Si alguien se aisla en el micro mundo de twitter a lo largo del día una y otra vez esto es parte de la vida, de su vida, de su necesidad de estar ahí, conectado permanentemente con muchos y nadie a la vez. Lejos del mundo físico, de los cuerpos; cerca del pensamiento en 140 caracteres. Puro pensamiento de ideal letrado donde lo ingenioso, interesante, divertido se expresa en palabras.
Si alguien se saca fotos en una fiesta ya pensando en publicarla en facebook eso forma parte de las nuevas formas de relacionarse con el otro. Si alguien oculta su edad, su estado civil y gran parte de su vida en las redes sociales y construye otras vidas esto habla de esa persona.
Finalmente se cae en la pregunta de cómo se trastocaron las definiciones de lo público y lo privado a partir de internet, twitter y facebook por nombrar algunas escenas "públicas" y semi públicas.
Comparto esta entrevista una vez más pensando en mis alumnos y alumnas del Istlyr para empezar a pensar las relaciones entre cultura, tecnologías y educación.
http://www.youtube.com/watch?v=ni3gk9lpM-U

sábado, 9 de marzo de 2013

Afuera el sol


Las cosas que nos molestan.
Una estantería torcida, doblada, vencida. Hay que enderezarla, cambiarla, tirarla.
La eterna marca de la taza caliente y húmeda quedó para siempre en la mesa de madera. Aquel día no usamos mantel, nos distrajimos y la marca quedó para siempre.

La canilla que gotea y gotea y gotea en la cocina.
La canilla que gotea y gotea y gotea en el baño y marca de rojo óxido la bañera curtida.

La mancha de humedad en el techo. Las otras manchas.
La ropa en bolsas. La ropa que no podemos tirar.
Los zapatos apilados. Los zapatos viejos apilados.
Los espacios mezquinos, mínimos, opresivos.
Y afuera el cielo, el sol.

Las cosas por hacer. Que quizás nunca haremos.
Los pilones de papeles que ya vamos a revisar, tirar, limpiar.
La maceta con los recuerdos de alguna planta aromática que –siempre supimos que iba a suceder- murió y nunca fue reemplazada.
Alguna polilla que nos recuerda que hay polillas y que por lo tanto hay ropa que va muriendo, que va a desaparecer.
La raja en el cielorraso en el techo del cuarto, sobre la cama.
Las paredes blancas esperando el cuadro, la tela, las fotos.
Los cueritos sin cambiar en la cocina, en el baño.
Las herramientas dormidas en la caja de herramientas. Los clavos sin clavar, los tornillos sin atornillar.
Ya vamos a arreglarlo. Todo: las cosas rotas y a nosotros, rotos también.

El ron que se evapora. El corcho que se destruye en el mejor vino. Las comidas que se vencen en el fondo de la alacena esperando esa cena especial en la que querramos regalarnos un momento romántico que nunca terminamos de convocar.
Las recetas de los libros de recetas en la repisa de la cocina, en las infinitas páginas de internet. Los ingredientes para esas comidas, algunos cuantos, escondidos en los rincones de la cocina.

El análisis, el dentista, el kinesiólogo, la mamografía, la eco-endo-grafía.
El ejercicio. La pileta tan perfecta. La cinta, la bicicleta.

Las fotos de los viajes que no volvimos a mirar, que no mostramos ni mostraremos jamás.

Los familiares sin visitar que se van muriendo. Las visitas entonces en el hospital.
Los familiares sin visitar que resisten y no mueren y nos dan una pequeña culpa nunca suficiente para salir a su encuentro.
Los amigos sin abrazar.
Los mates sin compartir.
Y afuera el cielo, el sol.

Los minutos de las películas tan numerosos para recorrer. Todas las películas del mundo.
Los libros regalados, apilados en la estantería torcida que ya no los puede contener pero los sigue conteniendo eternamente sin ser leídos. Los libros en caja. Jamás los leeremos.

Los sobrinos y las salidas. Los pequeños sobrinos que ya nos llegan hasta acá, cómo crecen, y ya no tiene sentido pasarles esa película... es para más chicos.

La solicitud de la beca sin completar. La otra beca sin solicitar. Sin buscar.

Salir de uno mismo. La militancia, el compromiso. El mundo que se derrumba, que se desgasta, que también mejora. Todo sin nosotros, que alguna vez nos creímos necesarios para los otros.

La casa con terraza y parrilla que queremos comprar que no se vende pero no se compra. El crédito sin sacar, sin siquiera averiguar.

El trabajo de siempre hecho a medias, los otros trabajos que esperan. A que los busquemos, a que los probemos, toquemos, deseemos.

Los platos partidos para arreglar, los adornos cascados para emprolijar. Las piezas sueltas de aquello que jamás se va a rearmar.
El amor perfecto, el que soñamos, el que creemos que podemos construir.
El amante intenso, el mejor, esperando a ser revisitado.
Y el amor de siempre, esperando ser sorprendido.
El sexo imaginado y reprimido. Olvidado. Nunca aprendido.
La separación. ¿Cómo seguir sin el otro?
La reconciliación. ¿Volver para qué?
La obstinación por resistir, por durar, por creer que es posible.

Los abrazos no dados.
Las lágrimas no lloradas. Los perdones necesarios.
Los hijos no tenidos.

Las sábanas sin ensuciar, las uñas sin pintar, el cuerpo sin lastimar y sin curar. La violencia que no se desata, la tristeza y el dolor que se aplacan, la alegría que se desvanece. La vida que se escapa con cada día que sigue la estantería torcida, las cosas sin arreglar, las herramientas en la caja y las canas sin cubrir. El deseo que se posterga, que se escurre hasta olvidarse y lo que se olvida muere.

Y afuera el cielo, el sol.