Este artículo -que saldrá próximamente publicado en papel integrando la revista N° 3 del Instituto Superior de Tiempo Libre y Recreación, en donde doy clases en la carrera de Pedagogía Social- parte
de la película Donde viven los monstruos, cuyo título original es “Where de wild things are”. Pero la película es una excusa para reflexionar acerca de las producciones dirigidas al público
infantil, ya sea literatura, cine, teatro o cualquier otra. Es una invitación a
hacer entrar en nuestros análisis y en nuestra práctica la dimensión de lo fantástico,
lo monstruoso, lo irreflexivo, lo ambiguo y... lo infantil.
Hecha esta presentación,va el artículo y al final sugiero visitar estos días el portal de Educ.ar donde hay mucha más información sobre el genial Maurice Sendak.
Una
de las primeras preguntas que surge al terminar de ver la película de Spike
Jonze, que fue lanzada en DVD en Argentina en el año 2010–y que nunca llegó a
ser estrenada en las salas de cine por motivos que no cabe analizar en esta
oportunidad- es si se trata de una película infantil o si es sobre la niñez
pero para adultos.
¿No
es acaso muy dramática? Sí, pero ese drama es propio de ciertos momentos claves
de la vida de los niños y niñas. Y, además, ese mundo fantástico en el que el
protagonista se sumerge es fascinante para los niños y está lleno de los
componentes típicos de los relatos que mejor atrapan a los niños y niñas:
viajes, aventuras, desafíos, paisajes surrealistas, música dinámica, acción.
Sí, sí... ¿pero igual no es muy violenta para los niños? Sí, claro pero...
expresa la violencia, a veces contenida y otras explícita, que tienen todos los
niños y las niñas. Sí, pero eso parece ser más una reflexión para padres y
otros adultos.¿Es una película para niños y niñas o no lo es? Sí, no, quizás...
¿importa? Quizás estas preguntas sí importaron a la hora de buscarle una fecha
de estreno en la Argentina y un circuito de exhibición: ¿alguna sala de centro
comercial en vacaciones de invierno? ¿Con qué tanques hollywoodenses competirá?
¿Doblada al castellano o subtitulada? La dificultad de calificar una buena
película para cualquier edad muchas veces desemboca en la imposibilidad de
estrenarla.
Las
mismas dudas sobre la pertinencia para niños y niñas produjo, en 1963, el libro
en el que está inspirada la película, escrito e ilustrado por Maurice Sendak. Después
de discutir con quien hayamos compartido la película o con la crítica que la
reseñe, vale la pena detenerse en lo que la película tiene para contar y
mostrar, y con qué recursos propios del lenguaje cinematográfico lo hace. A los
fines de esta reflexión, no importa tanto para quién está dirigida, sino ese
profundo mundo infantil en el que nos introduce de prepo, a fuerza de lágrimas,
gritos y de la mano de los monstruos.
Llevar al cine de imagen real (y no de animación)
el clásico de Sendak fue, sin duda, una apuesta arriesgada y audaz por parte de
guionistas, director y actores. Entre todos crean un territorio extraño e
interesante, poco frecuente en el cine con niños y para niños, y demuestran que
otro cine infantil es posible. Sin
duda, el debate acerca de si un filme es o no para niños se genera una y otra
vez con películas provocativas y de un imposible encasillamiento como ésta. Si
bien no hay una respuesta unívoca, al menos me animo a afirmar que el
espectador de Donde viven los monstruos
se encuentra ante una visión inteligente, profunda y respetuosa de la infancia.
La aventura de viajar
Pero adentrémonos en la primera parte de la
película, que transcurre en el hogar. Max, el protagonista, es un niño de unos 9 años. Un niño con
celos porque su hermana adolescente no le presta atención y se vuelca a los
amigos y amigas. Un niño con una madre trabajadora –y, naturalmente, poco presente
en la casa- y sin padre. Un niño furioso quizás porque no acepta que las cosas sean
como se le presentan. O porque crecer y darse cuenta de ello es doloroso.
Un
niño, además, con una vasta imaginación y capacidad de narrar historias,
inventar mundos. Pero, ante todo, un niño furioso...
Si
la vida no es fácil para un adulto mucho menos puede serlo para un chico que no
termina de entender el mundo que lo rodea. Esto parece desprenderse de un
momento de tensión del filme en el que, arruinando la velada de su madre con un
pretendiente, Max hace un escándalo a la hora de irse a dormir, y metido dentro
de un disfraz de lobo (tal como en el ya clásico libro de Sendak), se sube a la
mesa, exige comida y termina mordiendo a su mamá cuando intenta reprenderlo por
su comportamiento desmedido y descontrolado. En ese momento de cólera
irrefrenable y escapando del reto materno, Max huye de la casa. Sale corriendo
bajo la nevada nocturna por las calles del barrio perdiéndose en un pequeño
bosque cercano que le da refugio y le abre las puertas a otra dimensión.
En
ese momento, en ese bosque real y fantástico a la vez, empieza lo mejor del
filme y una aventura intensa y transformadora de este niño. La película da
vuelta la página, abandona la superficie ordenada y racional del relato
(familia monoparental, conflictos familiares e infantiles) y se hunde en los
brazos de lo fantástico evitando tocar lugares comunes e invita a navegar por la
imaginación infantil como si el director fuera un niño o una niña. Allí todo
tiene una no-lógica, gana el sinsentido. Sin embargo, como en la estructura
psíquica del sueño o de la metáfora, encontramos cierto diálogo narrativo, idas
y venidas entre los elementos de aquella historia doméstica inicial, “real”, ordenada
y ese mundo interior infantil donde la furia se hace grito, gruta, tormenta.
Desde
aquel bosque, Max emprende un viaje por los mares del mundo en un velero
artesanal y precario. Se ve envuelto en una tormenta arrolladora que lo lleva
hasta una costa donde nada de lo que sucederá será predecible ni deseable ni
tendrá un final feliz... ni trágico.
La
travesía nos remonta a las mejores historias de viajes extraordinarios, que
describen mundos desconocidos o ajenos al mundo de los adultos, tales como El Quijote de la Mancha , Los Viajes de Gulliver, Robinson Crusoe, El Principito, Sandokan o
Alicia en el país de las maravillas.
Así, esta película, como aquellas otras historias de una literatura que no
podemos calificar de “infantil” pero que fascina a niños y niñas (a veces a
pesar de los adultos y de sus intentos de adaptaciones pedagógicas) nos abre
una ventana, nos invita a espiar por un mundo externo a los adultos.
La celebración de la
fantasía
A
esta altura de la película, si el espectador bajó sus defensas adultas que no
hacen más que buscar el sentido a cada parte del relato y dejó que haga su
aparición su imaginación infantil, entonces ya no importa entender si lo que
está pasando sucede en la mente del protagonista, si es un sueño o si es real. Mejor
relajarse y dejarse llevar por el relato.
El
nuevo mundo adonde llega Max con su velero a la deriva es un lugar dominado por
lo salvaje. Eso que “está pasando” ante nuestros ojos es una tierra de monstruos
que funciona en la historia como una amenaza y a la vez como una salida de las
angustias del protagonista.
Los
monstruos son centrales en la obra, tal como lo eran en el libro original. La
calidad actoral, de las voces de los monstruos, del vestuario y de los
escenarios funciona como correlato del libro, donde las ilustraciones son
protagónicas, y condensan un poder visual y narrativo fabuloso.
Técnicamente
la película presenta una combinación entre voces de actores, artistas
intérpretes en los disfraces e imágenes generadas por computadora, muñecos y escenarios
extremos (desiertos, tormentas, bosques, incendios). El director, Spike Jonze, propone una estética de cámara en mano,
brusca, que oscila entre lo rabioso y lo contemplativo, a través de la
representación de conflictos y sucesos de gran dinamismo en el marco de una luz
melancólica de las primeras horas del amanecer o del atardecer.
El
correlato entre película y libro no solo es estético, sino que ambos se
sumergen en los confusos y caóticos territorios de los miedos, el deseo, la
libertad, la dominación, lo oscuro, lo onírico, lo prohibido. Se ha dicho de
Sendak que no es un autor fácil y que no siempre fue aceptado por el público
adulto pero sí por los niños. Quizás porque se animó a hablar de aquel lugar
donde se esconde lo salvaje de nosotros mismos y dar una visión de la infancia
poco romántica.
A
partir del viaje de Max a la tierra salvaje, se suspende aquel efecto de realismo
que produce la primer parte de la película donde las escenas transcurren en el
hogar. Podemos decir, retomando algunos conceptos de la escritora Graciela
Montes, que la película (y el libro ya lo hacía) se aleja de aquel realismo que
echó raíces y que sobrevive hasta nuestros días, padre de los cuentos de “niños
normales”, colocados en situaciones cotidianas, semejantes en todo lo visible a
las del lector –cuentos disfrazados por lo tanto de realistas-. Como afirma
Montes, en estos cuentos fabricados por la modernidad disciplinadora y
pedagogizante -gracias a la cual lo que iba dirigido a los niños debía ser
formativo, educativo, positivo y medido- la realidad era despojada de un
plumazo de todo lo denso, matizado, tenso, dramático, contradictorio, absurdo,
doloroso: de todo lo que podía hacer brotar dudas y cuestionamientos[1].
Se suspende, decíamos –o mejor dicho, no llega a aparecer en la película- el
componente “pedagógico” tal como lo piensa la autora. No hay mensaje para los niños, no hay –al menos
no de manera intencional- valores a transmitir ni historia moralizante. El
filme se aleja de propósitos aleccionadores y de aquel “corral de la infancia”
del que habla Graciela Montes construido durante la época de oro de los
pedagogos. Época que condenó a los ogros, las hadas y las brujas de los cuentos
tradicionales; y la crueldad, ambivalencia e incertidumbre de la literatura
infantil. Los expulsaron por inmorales, crueles, mentirosos y excesivamente
fantasiosos. La fantasía era peligrosa.
La
película de Jonze, en cambio, celebra la fantasía, reinvita a los monstruos y
toda la ambigüedad y ambivalencia tanto de ellos como de la niñez, sondea en
las profundidades de la compleja imaginación infantil, se anima a escarbar en
los miedos y deseos de los niños y las niñas. Y no construye más mensaje que
aquel de las mejores historias de todos los tiempos: que vale la pena salir a
explorar el mundo y en ese viaje encontrarse con nuestras oscuridades y
luminosidades, y aprender de la experiencia que todo viaje significa.
Podemos
ensayar la hipótesis ya probada de que los monstruos de este filme, así como
las hadas, los ogros y otros personajes clásicos, funcionan como proyecciones
de los miedos y esperanzas del protagonista –y de los niños-. El libro original ya abordaba algo tan profundo que no resulta extraño que muchos
críticos literarios se hayan detenido a analizar su contenido desde una
perspectiva freudiana. En este sentido Bruno Bettelheim, desde la perspectiva
teórica del psicoanálisis, afirmaba en un libro ya clásico[2],
que los cuentos de hadas –y con él decimos de monstruos- dan pie a que las
angustias indeterminadas de los niños se concreten y se tornen, al propio
tiempo, más dominables. Quizás no podamos coincidir de manera absoluta con otra
afirmación del autor, que sostiene que estas historias ofrecen soluciones a los
miedos y zozobras. Pero sí podremos coincidir en la pertinencia de incluir en
las películas, cuentos y otras obras artísticas las representaciones de
nuestros monstruos interiores.
“Fuera
de la vigilancia todo niño habita, desde siempre, una zona propia” [3],
dicen Alvarado y Guido. Y no hay zona más alejada de la vigilancia adulta que
la fantasía o, podría decirse, el inconciente. Esos miedos que acechan y esa
necesidad de amor, de comprensión, de contención por parte de las personas
amadas están encarnados en cada monstruo. Cada uno de los monstruos tiene algo
de Max, algo de su mamá, algo de su hermana. Particularmente, uno de los
monstruos funciona casi como el alter ego
de Max – con sus inseguridades, su deseo de liderazgo, su necesidad de ser
amado-. Por momentos es mejor que él y le devuelve también un espejo deseable de
sí mismo. Max al principio les teme a los monstruos (¿a sus monstruos
interiores? ¿O a los que encuentra en ese mundo salvaje? ¿o se trata de lo
mismo?) pero a su vez se reconoce en ellos, los ama y se aferra a ellos en
tanto es feliz con ese desborde de sentimientos que expresan, tanto en la alegría
como en la bronca y la tristeza. Adora las ganas de jugar y de fundar comunidad
que tienen los monstruos, sus prácticas colectivas y sus rituales de
construcción y de destrucción de su mundo.
La
historia avanza sobre un Max que se vuelve Rey de esa tierra donde viven los
monstruos y que tras dominar un tiempo sin éxito sostenible decide dejarlos y
volver al hogar. No hay explicación sobre ello, tal como en el libro. El relato
no produce una moraleja aleccionadora. Simplemente el protagonista vuelve a su
barca precaria y, ya sin tormentas, vuelve a los brazos de su madre, que lo
espera sin sobresaltos, sin reproches. Y tras un viaje, nunca se vuelve de la
misma manera. Max, probablemente sea otro.
Buenas historias para
niños y adultos
Esta
película, en tanto experiencia estética que retoma lo mejor de los relatos
infantiles de todos los tiempos, construye –en palabras de Maite Alvarado y
Horacio Guido- “ese espacio inalcanzable, allí donde viven los niños [...] Se
trata de ese lugar contradictorio en el que (se) pierde la razón: un agujero
negro en constante desplazamiento, que no cesa de urdir triquiñuelas que le
permiten escapar de las trampas que intentan capturarlo”[4].
Sobre
la pregunta inicial de si es una película para niños o no vale la pena extenderme
en un fragmento de estos autores: “Los cuentos de hadas nunca han sido
literatura para niños. Eran narrados por adultos para el placer y edificación
de jóvenes y viejos; hablaban del destino del hombre, de las pruebas y
tribulaciones que había que afrontar, de sus miedos y esperanzas, de sus
relaciones con el prójimo y con lo sobrenatural, y todo ello bajo una forma que
a todos les permitía escuchar el cuento con delectación y al mismo tiempo
reflexionar acerca de su profundo significado.
En
contradicción con lo que se creyó como verdadero durante millares de años, a lo
largo de estos dos últimos siglos y solamente en el mundo occidental, la idea
de que esas historias son adecuadas sobre todo para niños y poco pueden aportar
a los adultos se ha hecho preponderante. Cabe lamentar esta escisión entre los
gustos literarios de los niños y los de sus padres, mediante la cual tiende a
ensancharse la frontera que separa unas experiencias tan ricas de significación
para los unos como para los otros”.
Donde viven los
monstruos
es como un cuento de hadas de esos que se escuchaban con atención, tanto por
niños como por adultos y que producían experiencias de gran riqueza para ambos.
Tomando las palabras de los autores, es una película infantil en el sentido de
que nos transporta allí “donde viven los niños”, nos invita a transitar por el
mundo de la niñez con todas sus complejidades y sombras. Una película que
encarna la estética y la narratividad infantil.
Para meterse en el mundo de Maurice Sendak, autor del cuento e ilustraciones "Donde viven los monstruos", recomiendo en una primera instancia visitar el portal Educ.ar: http://www.educ.ar/recursos/ver?rec_id=106321
[1] Montes, Graciela (1990) “Realidad y fantasía o cómo se construye el
corral de la infancia”, cap.1 en El
corral de la infancia. Acerca de los chicos, los grandes y las palabras”,
Buenos Aires, Libros del Quirquincho, p.13-16.
[2] Me refiero a Psicoanálisis de
los cuentos de hadas, publicado en 1976.
[3] Alvarado, Maite y Guido, Horacio (comp.) (1993):
Incluso los Niños. Apuntes para una
estética de la infancia, Buenos Aires, La Marca Editora. “Prólogo”. P.5.
[4] Ibídem. P.6.
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